
Mucho antes del grito rebelado y comprometido del 15-M, existió una generación criada entre algodones que, en el umbral de la madurez, se entregó al desencanto ante un mundo adulto en el que no hallaba cabida. Fue la generación a la que “Nevermind”, de Nirvana, puso voz hace 20 años.
El cantante y guitarrista Kurt Cobain, junto al bajista Krist Novoselic y el recién incorporado batería Dave Grohl lanzaron el 24 de septiembre de 1991 el segundo disco de estudio de Nirvana, el primero para un gran sello discográfico, que no supo prever lo que se les venía encima con aquel trío de desconocidos, cuando inicialmente solo se distribuyeron 50.000 unidades.
Esa misma semana salió a la venta otro álbum que reescribió los parámetros de la música, “Screamadelica” de Primal Scream, y coincidió con la época en la que Michael Jackson triunfaba con “Dangerous”.
Aquel nuevo rock renqueante y a duras penas vocalizado, distinto del sonido musculado que había triunfado con Guns N’ Roses (la referencia que quedó en desuso a partir de entonces), se aupó al número 1 de ventas en numerosos países, una cima nunca vista para la música alternativa en los medios masivos de difusión.
En total, vendió 30 millones de discos en todo el mundo, con letras que sintetizaban la desazón existencialista de una juventud, la de los primeros años 90, la llamada “generación X”, que se caracterizó por su rechazo inmóvil o pasivo del mundo y que entre otras cosas ponía en entredicho el valor de la familia en favor de la amistad.
En todo ello, encajaba a la perfección el atormentado ideario personal de Cobain, hijo de padres divorciados, que quiso dar a su disco el indolente título de “Nevermind” (“no importa”, en español) y que escribió aquellas canciones que pronto se convirtieron en himnos.
Entre todas ellas, resplandeció especialmente “Smells Like Teen Spirit”, sin lugar a dudas la imprescindible del repertorio, una canción identificada con la rebeldía juvenil, que nació no obstante de la ruptura del artista con su entonces novia Toby Vail por culpa de una aventura y que incorporaba un carismático riff de guitarra de cuatro acordes.
Además de por sus letras, “Nevermind” fue valorado como una revolución musical que acercó los mundos del rock y del pop independiente, fundiéndolos en una especie de pop vigoroso o de rock con melodía.
Con estas cuerdas, “Nevermind” y Nirvana hicieron más grande el movimiento “grunge”, un hijo del rock nacido a finales de los años 80 y cuyo nombre en inglés parece derivarse del apelativo “sucio”, con otros importantes embajadores como Pearl Jam. EFE